agosto 19, 2014

La Abnegación Espiritual

(Mateo 10:37-38)


“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”. La abnegación o altruismo es una exigencia indispensable para ser discípulo de Jesús. El llamado de Cristo, es un llamado a renunciar a sí mismo y a los bienes de este mundo. La abnegación implica enfrentarse al egoísmo. Se centra en dar, en lugar de tener. La persona que renuncia a algo para asistir al prójimo lo hace con libertad y sin ninguna obligación; por lo tanto, en ese acto existe una elección personal que genera gozo y satisfacción.
Los discípulos de Cristo deben renunciar voluntariamente a sus deseos y pasiones, tomar su cruz cada día y seguir a Jesús. Un padre convertido se encontrará con la oposición de su hijo incrédulo; una madre cristiana, con la de su hija inconversa. Una suegra nacida de nuevo será aborrecida por su nuera no regenerada. De modo que a menudo al que hacer una elección entre Cristo y la familia. No podemos permitir que los vínculos familiares nos aparten de una absoluta adhesión al Señor. El Salvador ha de tener una absoluta precedencia sobre el padre o la madre, el hijo o la hija. Uno de los costos del discipulado es experimentar tensión, luchas y alienación con su propia familia. Esta hostilidad es a menudo más acerba que la que se encuentra en otras áreas y dimensiones de la vida.
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). La negación del yo, con el fin de llevar la cruz de Cristo y de seguirle, es lo que el Señor dice aquí. Esto significa entregarse de tal manera a Su control que el yo no tenga ningún derecho. Tomar la cruz significa estar dispuesto a sufrir oprobio, padecimientos y quizá el martirio por causa de Él; morir al pecado, al yo y al mundo. Seguirle significa vivir como Él vivió, con todo lo que ello implica: humildad, pobreza, compasión, amor, gracia y toda otra virtud piadosa. El llamamiento del Señor implica el sacrificio de sí mismo. A muchos de nosotros se nos hace difícil renunciar a nuestra comodidad para seguir a Cristo.
Todos los que quieren entrar en la vida deben guardar los mandamientos del Señor, sin importar lo difícil que resulte. Cada uno debe sacrificar su propia carne como está escrito.  “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).  Los que son de Cristo son aquellos que llevan las marcas de las espinas sobre sus cabezas, del látigo sobre sus espaldas, de la lanza en sus costados y de los clavos en sus manos y pies. Preferir los intereses de Cristo, a nuestros propios intereses no es nada sencillo.  “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). Todas estas y muchas más, son expresiones de abnegación. –La abnegación es la renuncia voluntaria a un deseo o interés. Los vocablos: generosidad, desinterés, desprendimiento, y altruismo expresan la idea de abnegación. Sin embargo, la abnegación es una forma mucho más elevada e incluye a todas las demás; se emplea sobre todo tratándose del sacrificio de la voluntad, de los afectos o de la conveniencia propia. “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna. Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (Romanos 6:12-13). El llamado de Dios al discipulado; es un llamamiento al sacrificio espontáneo de la voluntad, al sacrificio de nuestros intereses, y deseos y aun de nuestra propia vida.
Tenemos un compromiso con Cristo de guardarnos puro y sin mancha delante de él.  “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Corintios 7:29-31). Es importante permanecer fiel a Dios, a pesar de las circunstancias que nos rodean, de la vanidad, el libertinaje, y la inmoralidad.  “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14). Un buen cristiano no puede hacer siempre lo que quiere, sino que tiene que obedecer la palabra de Dios y vivir según sus mandatos. La abnegación implica disciplina y supone el control de los deseos, sentimientos, pasiones y pensamientos. También se opone a la hiperactividad y al frenesí, ya que la persona que hace demasiadas cosas no piensa; por lo tanto, esas cosas suele hacerlas mal. Jesús decidió renunciar a su condición divina y se hizo hombre para salvar a la humanidad; y le pide a sus discípulos que lo sigan, que renuncien a su propia voluntad y que hagan la voluntad de Dios en la Tierra. Amén

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