agosto 25, 2014

El Dios Santo

(Levíticos 20:7)

 “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios”. La santidad moral de Dios se define como aquella perfección divina en virtud de la cual Dios quiere y mantiene su excelencia moral, aborreciendo el pecado y exigiendo pureza en todas sus criaturas morales. La santidad de Dios está revelada en la ley moral, implantada en el corazón del hombre, declarada al hombre a través de la conciencia y de la revelación especial [las Escrituras].
Usualmente la santidad es definida en su aspecto negativo, con relación a una norma relativa, no absoluta; cuando se define así, significa la separación de todo lo que es común o inmundo. Con respecto a Dios, esto no sólo significa que El está separado de todo lo que es sucio y malo, sino también que El es positivamente puro, y distinto de todos los demás. La santidad es el atributo de Dios por el cual El quiso que especialmente se le conociera en los tiempos del Antiguo Testamento. “Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra”  (Levítico 11:44). Es imposible servir a Dios sin santidad, las rebeliones nos impiden realizar un servicio apropiado delante de Dios.
“Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados” (Josué 24:19). Para adorar a Dios debemos ser santos o nuestra adoración será rechazada. “Exaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante su santo monte, porque Jehová nuestro Dios es santo” (Salmo 99:9). Existe una diferencia entre hacer algo porque se nos exige, y hacer algo porque en realidad queremos y nos complace hacerlo. Dios no está interesado en las prácticas ni en observancias religiosas forzadas. Debemos procuramos conocer a Dios y conocer sus Palabras, para que sus principios y valores formen la base de todo lo que pensamos y hacemos. Las lecciones del pasado, las instrucciones del presente y una visión correcta del futuro nos darán muchas oportunidades para que podamos fortalecer nuestra fe en Dios.
A Dios no lo podemos comparar con nada ni nadie porque él es el Dios único. “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo”  (Isaías 40:25).  Jesús reafirma la santidad de Dios y en su intersección ruega al Padre para que también preserve del mundo a sus discípulos. “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11).  Pedro llama a los creyentes a vivir en santidad. “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15).  La santidad de Dios constituye la norma para la vida y para la conducta del creyente. Esto debe de ponerle fin a todas nuestras discusiones, muchas veces insensatas, sobre lo que está y lo que no está permitido en la vida cristiana.  Si lo que hacemos es santo está perfectamente permitido, pero si lo que hacemos está divorciado de la santidad divina, entonce, está prohibido.
La santidad pertenece a los que han sido elegidos y apartados por Dios. La santidad pone de manifiesto la vida de separación. Concebir el ser y el carácter de Dios simplemente como una síntesis de perfecciones abstractas es privar a Dios de toda realidad. Cada una de las perfecciones de Dios manifiesta y comunica su santidad. Es nuestra relación con Dios lo que nos hace un pueblo santo, en este sentido la santidad es una expresión de nuestra relación con Dios. Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad. (Salmos 30:4).
La santidad se perfecciona en medio de nuestras circunstancias; en el discurrir de la vida. No es necesario salir del mundo para ser santo, sino obedecer y apartarse (separarnos) para Dios. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:3-4). Nuestra adoración, como la adoración de los ángeles, debe incluir los elementos de reverencia, humildad y disponibilidad para servir, o estaremos, en realidad, rebajando a Dios, perdiendo de vista su grandeza y poniéndolo a nuestro nivel. La irreverencia, la presunción y la parálisis espiritual frecuentemente desfiguran nuestra adoración a Dios.  ¡Amén!

No hay comentarios:

Publicar un comentario