agosto 10, 2014

La razón práctica

(Mateo 25:1-12)

Hay ciertas cosas que no se pueden dejar para el último minuto porque no se podrán obtener de ese modo. Hay ciertas cosas que no se pueden pedir prestadas. Usted no puede pedir prestada su relación con Dios ni su carácter. Estas son cosas que tienen que ser parte de su capital espiritual. Hay ciertas cosas que tenemos que ganárnoslas o adquirirlas por nosotros mismos, porque no nos las pueden prestar. La sabiduría de las cinco vírgenes consistió en haber guardado una reserva de aceite en sus vasijas, además del que ya habían echado en las lámparas. Así se prepararon para una inesperada demora. Jesús nos enseña a estar preparados para su regreso. El desafío que nos hace es que constante y con un gran anhelo estemos siempre esperándolo. Desempeñemos fielmente nuestras responsabilidades. El uso prudente de los dones y habilidades que Dios nos ha confiados a nosotros nos traerán cada vez mayores oportunidades. Mientras se acerca el día de rendir cuentas, se requiere un fiel desempeño de nuestras responsabilidades. Dios nos da tiempo, capacidades, dones y otros recursos de acuerdo a nuestras habilidades y espera que los usemos con sabiduría hasta que el Hijo regrese.
La prudencia es como un hábito práctico de contención y actuación precisa. Platón define la prudencia como sabiduría práctica, y más tarde Aristóteles la redefine como el hábito práctico verdadero, acompañado de razón. No le toca a la prudencia determinar teórica, abstracta o intelectualmente el fin, sino tan sólo los medios prácticos y concretos conducentes al fin. En esto estaría de acuerdo Kant, el cual, en su Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, habla de la prudencia como habilidad en la elección de medios para alcanzar el máximo bienestar y la propia felicidad. El precepto de la prudencia no tiene el carácter de precepto categórico o absoluto, sino el de precepto hipotético, esto es, condicionado. Las demás virtudes dependen de la prudencia, que en su dimensión cognoscitiva las pone en contacto con la realidad y que en su aspecto preceptivo ordena tanto el querer y como el hacer.
La prudencia aparece, como faro y luz de la conducta del ser humano, como el ojo del alma, según la bella expresión aristotélica; pero su fuerza visual no le viene meramente de ser una virtud intelectual, sino de la salud de todo el hombre. El mero saber moral no convierte a la persona en prudente; los buenos no son los que saben, por el mero hecho de saber, pues muchas veces sabemos lo que es mejor y lo aprobamos, pero seguimos decididamente lo peor. “El mérito de un ser humano no debe juzgarse por sus buenas cualidades, sino por el uso que hace de ellas”. Claro está que la prudencia por su condición de habilidad práctica no ha de ser ciega intelectualmente; la prudencia es la razón práctica, pero al fin y al cabo también es el ejercicio de la razón, pues sin ella no habría virtud. “Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él” (I Samuel 18:14). Las preferencias del pueblo por el joven David eran manifiestas, lo que despertó en el corazón de Saúl la enfermedad de los celos, de la que no se pudo curar durante toda su vida.
David tuvo mucho éxito en casi todo lo que emprendió y se hizo famoso en toda la tierra, pero no quiso valerse de su popularidad para sacar ventaja contra Saúl. No permita que la popularidad distorsione la percepción que debe tener de tu propia importancia. Resulta comparativamente fácil ser humilde cuando uno no está en el centro del escenario pero, ¿cómo actuaría usted ante la alabanza y la honra que recibe? La razón práctica perfeccionada por la virtud de la prudencia, es el principio genérico, en donde se habrán de insertar luego, los actos concretos de la conciencia. “Y Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar (1 Reyes 4:29). Dios le dio a Salomón, altas facultades mentales, y una gran capacidad para recibir e impartir conocimiento.
El hombre virtuoso es, el hombre prudente que al obrar piensa en las consecuencias posibles de su acción, el que previene las dificultades que podrían salirle al paso.  
La prudencia es incorporada a la vida como una exhortación para una actitud serena, a fin de que, por medio de ella, nos comportemos correctamente y con responsabilidad. Ese es el sentido de la Biblia cuando nos recomienda pensar que tenemos que morir, a fin de que vivamos nuestras horas con profunda prudencia. Un ejemplo de esta actitud, lo encontramos en la parábola de las vírgenes prudentes, donde la vida práctica se orienta hacia el cuidado de la salvación del alma, como corresponde a los santos. También la excesiva prudencia puede volverse en contra de nosotros mismo, resultando imprudente y negando lo que afirma. El excesivamente prudente se pasa de listo y se hace extraño a la vida. La prudencia excesiva no es más que la manifestación de miedo, muchas sabias y sensatas razones se reducen a formas variadas de una misma esclerosis vital. Cuando Cristo dice: “Sed prudentes como serpientes”, se reconoce la virtud la prudencia, aunque inmediatamente el consejo es completado, añadiendo: “Y sencillos como palomas”, con lo que se limita la prudencia y se le preserva del peligro de degenerar en astucia. Como también dice Salomón: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5). Podríamos concluir que si mantenemos un contacto íntimo y directo con Dios todos nuestros días, Dios promete conducirnos a alcanzar grandes realizaciones vivificantes y fructíferas. ¡Amén!


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